Evocación

Un último verso elegido: yo quiero estar siempre contigo

Todo está perfecto — Maldita Nerea

Cualquiera que me conozca sabe de mi gusto por las palabras. No es más que una afición, no tengo estudios de letras ni nada parecido. Si bien soy bastante lector, tampoco he leído una cantidad extraordinaria de libros. Se me dan bien los idiomas, eso sí. Desde muy pequeño corregía a los mayores cuando hablaban hasta que me di cuenta de que muchos se ofendían si lo hacía. La inteligencia llega antes que la sabiduría. En el colegio apenas cometía faltas de ortografía y, si lo hacía y me las corregía el profesor con bolígrafo rojo, no volvía a ocurrir. No uso correctores ni textos predictivos jamás porque me resulta más fiable mi cabeza que esas herramientas. Pero, más allá de que se me dé mejor o peor jugar con las palabras, siento placer haciéndolo. Cada vez que descubro una palabra nueva experimento euforia y disfruto como un enano con los juegos de palabras que retuercen su sentido de forma ocurrente. Me gusta escribir y lo hago a menudo. Ahora mismo me hallo escribiendo una novela y es donde dedico la mayor parte de mi esfuerzo, aunque me gusta también hacerlo aquí, en un foro abierto a la deriva por la red, esperando a que alguien quede varado en sus párrafos. También escribo por y para mí mismo textos que jamás ven la luz. Vamos, que lo hago casi por vicio.

Nunca había conseguido tener una palabra favorita. Hay demasiadas palabras que son geniales en español, y muchas más que desconozco. Además, ¿qué criterio sigue uno para elegir palabra favorita? Una de las cosas que más me gusta de nuestro idioma es su sonoridad. Me llama la atención la ausencia de sonidos sonoros como /z/, /dʒ/ o /v/ que sí podemos encontrar en la mayoría de lenguas romance como, por ejemplo, el catalán o el italiano. Me encanta, empero, el sonido /θ/ que podemos encontrar al inicio de la palabra «zorro», aunque sé que somos una minoría de hispanohablantes los que diferenciamos este sonido del de la ese. En especial, me gustan las palabras en las que este sonido se repite, como «zozobra», «cizalla» o «azucena». Si el criterio fuese la sonoridad, cualquiera de ellas podría ser mi favorita. Pero no, un criterio que arroja múltiples opciones no es válido.

Soy amante también de los monosílabos. En general, soy amante de la síntesis. Me enamoran las personas que saben sintetizar sus ideas en frases concisas y concretas. Suele ir de la mano de tener un léxico amplio, ya que, quien no conoce muchas palabras, necesita dar rodeos con las palabras que conoce para transmitir lo mismo. Por ejemplo, hay quien dirá «la parte de atrás del cuchillo» cuando podría decir «el recazo». No todo es léxico, no obstante. La capacidad de síntesis o de ordenar ideas también es importante, por supuesto, pero me estoy yendo por las ramas mientras hablo de síntesis. También amo la ironía. Decía que me gustan los monosílabos porque expresan ideas con muy poco sonido o grafía. Así, entrarían en esta categoría palabras como «luz», «paz» o «sol». Ninguna de estas palabras puede ser mi favorita por el mismo motivo.

Otra cosa que me hace desarrollar gusto por una palabra es su etimología. Con estas palabras ocurre como con las personas: hay que conocerlas a fondo para amarlas. Así, palabras que parecen vulgares como «desastre» devienen interesantes al conocer su historia. «Desastre» significa, literalmente, «sin estrella», ya que los griegos explicaban muchas cosas con la mirada en el cielo. No solo las palabras vulgares pueden devenir especiales, incluso los insultos pueden hacerlo. Así, la palabra «imbécil» realmente significa «sin vara», entendiendo la vara como un signo de autoridad en la antigua Roma. Me parece hermoso que términos acuñados hace más de dos mil años hayan llegado al uso cotidiano actual de nuestra lengua. Erosionados, por supuesto, como se erosiona un guijarro en el mar con los siglos, pero ahí sigue. Atendiendo a este criterio no soy capaz de elegir una palabra debido a mi profunda ignorancia. No sé latín, ni griego, ni muchas otras cosas que podrían darme el suficiente criterio para elegir una palabra por su etimología. Como ya he dicho, no soy más que aficionado, por lo que descarto esta vía para encontrarla.

Hay un último criterio con el que sí me siento cómodo. Si bien mi ignorancia también es vasta, no lo es tanto como con el anterior criterio. Me refiero al significado actual de las palabras. Hay palabras cuya sonoridad puede no ser extraordinaria, ni su etimología tampoco, pero tienen un significado bonito. Aquí cada uno tendrá su lista en función de su forma de ver y sentir el mundo, aunque podríamos estar de acuerdo en que hay palabras como «amistad» y «amor», o como «flor» y «mariposa» que evocan imágenes o sentimientos bonitos a la mente. Me parece un buen criterio este de la evocación. Desde hace un tiempo he venido dándole vueltas a qué palabra me resulta más evocadora y, además, tiene algún rasgo que la distingue de las de otras lenguas que conozco. Un día vino a mi mente sin más y, aunque está sujeto a revisión, como todo en mi vida, se convirtió en mi palabra favorita.

La palabra es «contigo».

En otras lenguas se necesitan dos palabras para expresar lo mismo. Amb tu, con te, avec toi, with you, met jou, mit dir… En castellano, tenemos una palabra para ello (no es la única, el portugués también). Las lenguas dicen mucho de sus hablantes, y eso también está bien.

¿Acaso hay algo más bonito que compartir lo que tenemos, lo que hacemos e incluso lo que somos con otra persona? La palabra «contigo» cambia de forma radical el significado de cualquier frase, dándole calidez e intencionalidad. Por ejemplo: no es lo mismo decir «quiero pasear todas las mañanas por la playa» que «quiero pasear todas las mañanas por la playa contigo», ni «quiero todo» que «quiero todo contigo». Y mucho menos es lo mismo decir «quiero acostarme» que «quiero acostarme contigo». A veces podemos dar la vuelta como a una tortilla, como en el caso de «quiero estar solo» y «quiero estar solo contigo». Es una palabra mágica que incluso nos vale como respuesta afectuosa:

— ¿Cómo quieres ir?
— Contigo.

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2 respuestas a Evocación

  1. es.pinedo dijo:

    A mí me gusta devenir. Como las palabras devienen, con su etimología y su sonoridad. En constante cambio. Y el intento fugaz de capturar una imagen suya en el instante actual

    • apergo dijo:

      La lengua es como el tiempo: fluida. En constante adaptación y revisión, porque está viva y, hagas cuando hagas la foto, ya ha cambiado cuando la miras.

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