Como se educa un paladar

[…] el aislamiento es cosa bien triste. ¡Cómo! No hay un solo corazón con quien desahogar vuestras pesadumbres; sin embargo, se dice que la miseria entre dos es soportable

La vuelta al mundo en 80 días — Jules Verne

Cuando era pequeño dibujaba de forma insistente el mismo dibujo una y otra vez. Era un prado con dos árboles, lleno de flores, de formas redondeadas. Había animalillos por todas partes y, en el centro, dos ardillas que juntaban sus hocicos desde donde brotaba un corazón. El dibujo revestía gran simetría: un árbol a cada lado, dos ardillas, dos girasoles, dos mariposas, etc. Aquel era mi concepto de belleza. Para mí lo bonito era la naturaleza, sus colores, su vida, la simetría de las formas. Según dicen, somos sensibles a este tipo de belleza desde que nacemos.

Un buen amigo mío de la infancia, sin embargo, siempre tuvo fijación por lo roto, lo macabro, lo inquietante. Le gustaban los paisajes oscuros, los seres contrahechos y las atmósferas tétricas. Es cierto que él tuvo un episodio en su infancia que trastocó su forma de ver el mundo. Pudiera pensarse que este niño — que hoy es un hombre, y padre, para más señas — estaba perturbado o mal de la cabeza, pero no es así. Es de las personas más cuerdas y razonables que conozco, y un padre amoroso con su hija. Simplemente, su búsqueda de la belleza empezó a explorar sendas poco frecuentes para su edad.

Reconozco que, a día de hoy, sigue atrayéndome el concepto de belleza infantil del que hablaba. Siempre llaman mi atención, por ejemplo, los videojuegos de plataformas con los típicos decorados coloridos, llenos de luz y música alegre, donde incluso los enemigos parecen bailar y se evaporan sin más al ser despachados, sin dejar regueros de sangre ni miembros cercenados por el suelo. Soy fan acérrimo de la archiconocida franquicia Mario, que es una clara muestra de lo que estoy hablando. Aunque, por supuesto, me gustan también obras más oscuras, como pueden ser los mundos decadentes de Miyazaki en Dark Souls o Bloodborne. Mundos donde ya no existe la vida, donde todo pasó hace largo tiempo y ya solo quedan desolación y existencias huecas que se estiran como un chicle porque, simplemente, ni morir puede un cuerpo cuando el alma no tiene adonde ir. Hay belleza en la desazón.

Estimado lector: quiero que imagines — y espero de veras que solo debas imaginarlo y no se corresponda con tu realidad — un escenario. Imagina que tu existencia está totalmente rota y solo reinan en ella la desesperanza y la vacuidad. Imagina que tu vida es poco menos que un tormento, como un gusano que se arrastra por el lodo sin ver nada más allá. No tienes a nadie que te ame ni a quien amar. No tienes ningún motivo por el que vivir, por el que luchar ni sonreír. Vives en la más absoluta oscuridad.

Imagina que, de repente, un día se cruzan en tu camino otras personas. Estas personas poseen una existencia igual o peor que la tuya. Se arrastran por el mundo con la mirada perdida. Imagina que, por el motivo que sea, vuestras vidas se entrelazan de tal manera que os veis obligados a avanzar juntos. Entonces, de entre vuestras distintas negruras, destella un sentimiento: el apego por otros que viven en su propia oscuridad. Devenís extraños compañeros de viaje unidos por unas existencias donde ya no hay cabida para la alegría o la ilusión, pero sí lo hay para el amor por los compañeros de miseria. Es ciertamente tétrico, casi tanto como hermoso. Como la flor que crece solitaria en un yermo devastado.

Adonde quiero llegar es a que la belleza toma muchas formas y se halla en los lugares más insospechados. Apuesto a que las personas que has imaginado hace un momento, incluido tú mismo, ya no cambiarían su existencia por ninguna otra, porque el vínculo que ha surgido para con sus compañeros es tan poderoso y tan bello, que ya no querrían perderlo. Este es un concepto harto antiguo. Decía John Ray, el padre de la botánica moderna, que «la miseria ama la compañía». Luego incluso en la más absoluta miseria hallamos belleza, como podemos hallarla en la muerte y en cualquier desgracia. Como la que hallamos incluso en un mundo muerto, decadente y quebrado como el de Dark Souls.

No existe ninguna comida que me disguste. No importa lo que pongas en mi plato: me lo comeré todo. Siempre digo que todos los sabores son ricos, solo hay que saber apreciarlos. Extendiendo esta filosofía, he llegado a la conclusión de que todo en este mundo es bello por el mero hecho de que existe y, por tanto, podemos percibirlo. Eduquemos nuestro sentido de la belleza como se educa un paladar.

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