Fácil

Fácil. Solo hay una manera: la que te quede cerca de la primavera.

Fácil — Maldita Nerea

La vida es cuestión de prioridades. Conforme cumplimos años y sumamos vivencias y experiencias, éstas van mutando. No estoy descubriendo la sopa de ajo a nadie. Me preguntaba el otro día cuáles habían sido mis prioridades en el pasado, ya que las actuales las tengo claras. Cuando era un jovenzuelo, siempre fui un chico muy centrado. No quiero decir que no hiciese mis locuras con los amigotes, pero siempre tuve claros los límites y de qué senda no debía desviarme. Mi prioridad siempre fueron mis estudios. Mis padres me inculcaron desde pequeño que, para ser alguien, había que estudiar. No creo que se equivocasen del todo. Si bien no es requisito sine qua non, es cierto que tener estudios abre más puertas que no tenerlos.

La primera decisión que tomé con la prioridad puesta en un lugar distinto al que la pondría hoy en día fue elegir la ingeniería informática. Vaya por delante que no me arrepiento de haber tomado ese camino. Sería hipócrita decirlo, ya que me ha ido francamente bien siempre en lo laboral y, aunque eso también es fruto de mi trabajo y mi constante inquietud por seguir formándome y aprendiendo, la base está ahí. No obstante, cualquiera que me conozca sabe que mi pasión son las personas, no la información. Sí, digo información y no ordenadores, porque la informática, al contrario de lo que mucha gente piensa, no va de ordenadores, sino de información. De ahí su nombre. Es una carrera mucho más abstracta de lo que parece, basada en las matemáticas, la estadística y la lógica. Puedo hablar sobre ello otro día, pero quiero centrarme de nuevo en mis pasiones. Como decía, mi pasión son las personas, y a mí me llamaba más la psicología. Como mi prioridad era estudiar para ser alguien, aquello que no sabía del todo qué significaba, pero que para mis padres y el resto de adultos parecía ser algo muy importante, tomé aquella especialidad que tenía más futuro. No se me daba mal tampoco. Siendo franco, no se me daba mal casi nada en materia de estudios.

Cuando terminé de estudiar, un profesor de la universidad decidió ficharme para su empresa. Mi prioridad por entonces ya era mi proyecto de vida con la que hoy es mi exmujer. La verdad es que estaba enamorado hasta las trancas de ella y aún hoy se me remueve el alma cuando recuerdo la intensidad de aquel sentimiento. Supongo que nunca volveré a amar a una mujer de esa forma. No digo amar más o menos, sino así, de esa forma. Tampoco lo quiero, ya que hoy en día me siento capaz de amar de forma más serena y ordenada. Pero reconozco que despierta en mí cierta melancolía recordar aquella intensidad exacerbada con la que la amaba. Estoy agradecido de haberlo vivido, creo que fue bonito al menos.

Como decía, mi prioridad se centró en aquel proyecto de vida en común. Dejé por el camino amistades e incluso a mí mismo. Tenía una idea del amor muy romántica, y con romántica no me refiero a pastelosa, sino a excesivamente sentimentalista y ensoñada. Todo cuanto hacía iba enfocado única y exclusivamente a que aquel proyecto saliese adelante y se ajustase, además, a los cánones ideales que me regían en aquel momento. Cuando se truncó — de forma abrupta, cabe decir —, entré en una de las mejores épocas de mi vida a la que me gusta llamar Mi Refundación. Revisé todas mis creencias desde los cimientos sobre muchas cosas y me volví una persona muy introspectiva. Pasé cientos y cientos de horas a solas, pensando en quién era yo y qué quería en mi vida. Me abrí al mundo, recuperé amistades e hice muchas otras nuevas que todavía conservo. Fue una época feliz y bastante plena en muchos aspectos. Mi prioridad pasó a ser yo.

La siguiente etapa la pasé en la ciudad de Madrid, a la que me mudé. Inicié una relación que, sinceramente, me devolvió una ilusión que creía perdida. No obstante, mi prioridad no cambió, sino que se amplió. Creo que durante aquella etapa distribuí mi prioridad en tres bloques: yo y mi felicidad, mi carrera profesional y mi relación, por supuesto. El orden no es aleatorio. Si bien el primer puesto es indudable, el segundo y el tercero estuvieron bastante a la par, quizás basculando a rachas. En lo profesional, llevaba ya cinco años dedicándome a lo que hoy día sigo ejerciendo y decidí dar un empujón para situarme… donde estoy ahora, supongo. La verdad es que los primeros años trabajé duro y con bastante implicación, estudié para obtener certificaciones y títulos relacionados con mi profesión y me moví varias veces de empresa con el fin de prosperar. Tuve mis aciertos y mis errores, pero estoy bastante satisfecho con el resultado. Creo que puedo evaluar mi etapa en Madrid en este aspecto como bastante productiva y, a la postre, satisfactoria.

Con respecto a mi relación, tuve momentos de felicidad que guardo en un rinconcito. Por desgracia, con los años devino algo tóxica, aunque me llevo mucho aprendizaje. Me gusta decir que en esta etapa me hice hombre. Como digo, mi prioridad principal seguía siendo yo, y así lo apliqué siempre. Jamás dejé que mi esencia se disipase, de hacer lo que quería, de dedicar tiempo a mis aficiones, a mis amigos, a mi vida social. En definitiva, jamás dejé que mi vida se cincunscribiese a lo que ocurría en la relación, como me pasó en la anterior. No significa esto que pusiese límites a lo que sentía ni mucho menos, y creo que puse mucha carne en el asador. Nunca he tenido miedo al compromiso y me gusta apostar fuerte cuando siento algo. El problema, y de ahí he obtenido mi gran aprendizaje del que emana una de mis actuales prioridades, es que siempre tuve la sensación de que debía pelear que así fuese. Sí, apliqué mis aprendizajes anteriores, pero siempre en una suerte de pulso de voluntades que me desgastó en exceso. Las cosas no fluían y sentía que realizaba un esfuerzo consciente por que lo hicieran. Esto me fue minando, fui acumulando una serie de pequeñas deudas y rencores que me apagaron poco a poco, hasta que crucé la línea en que todo aquello dejó de compensarme porque chocó de frente con mi primera prioridad. Cogí las maletas, los aprendizajes y volví al litoral.

En el momento de escribir esta publicación me encuentro en una nueva etapa que podría calificar tranquilamente como una de las más dulces de mi vida. Sí, estamos en plena pandemia y la situación es una gran mierda, pero faltaría a la verdad si dijese que está siendo una mala época para mí. Más allá de la ruptura y el duelo que me conllevó — hablo en pasado porque lo considero cerrado a día de hoy —, desde que volví a mi ciudad natal mi vida se convirtió en una cadena de carambolas de fortuna, como si alguna mano benevolente lo hubiera estado disponiendo todo durante años para cuando yo llegase. Es una sensación harto extraña y que no he terminado de asimilar todavía. Mi yo más realista incluso quiere desconfiar. Muchas cosas de distinta índole se me han presentado de forma tremendamente fácil, tremendamente fluida. Solo he debido alargar la mano y tomarlas. Después de tantos años peleando tanto cada ámbito de mi vida, no doy crédito a que las cosas puedan llegar con la misma suavidad con la que el mar trae las caracolas a la orilla.

Siempre he sido de los que pensaba que la suerte no aparece, sino que se busca. Cuando he querido algo, me he lanzado a por ello con el machete en la boca. En el amor también. Sin embargo, este último año me está haciendo ver lo bonito que es cuando las cosas simplemente suceden, cuando todo es fácil. Por supuesto, vendrán rachas malas donde esta suerte que ya lleva muchos meses conmigo se termine. No obstante, una de mis prioridades es ahora que las cosas sean fáciles, que nada sea forzado, que todo fluya. Huyo de la sensación de pelea de la que hablaba más arriba. Estoy en un momento en el que tengo mi vida lo suficientemente encauzada y tranquila como para dejar de pelear por hacer que fluya por donde creo que debe hacerlo. Me dejo llevar, tomo lo que me aporta y desecho lo que no, pero no me salgo del cauce para ir a buscar lo que no cae en él de forma natural. Puede parecer algo irrelevante dicho así, pero la sensación es parecida a la que tendría alguien que se ha pasado la vida arrastrando un contenedor lleno de cosas y, de repente, conoce a alguien que le pone ruedas.

La vida es de por sí complicada, y yo solo le pido a quienes llegan a la mía que no la compliquen más, sino que hagan que todo sea fácil.

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