Lecciones aprendidas

Si una voz te dice en tu interior que no sabes dibujar, dibuja, y la voz se callará.

Vincent Van Gogh

De todas las cosas que hago, entre ellas escribir, creo que la que más me ha ayudado a mantener la cordura y la serenidad en estos tiempos de pandemia y confinamiento ha sido el dibujo. Estoy lejos de ser un artista, me falta talento natural y técnica, pero no me parece importante ni óbice para hacerlo. He dibujado desde pequeño. Pasaba las horas dibujando a personajes ficticios, de series o de videojuegos. De más mayor llegué a hacer algún dibujo del que me sentía orgulloso. Decidí retomar esta costumbre algo abandonada desde hacía años, así que compré buen material de dibujo y empecé a practicar y a aprender de otros gracias a Internet. Es maravilloso este medio en el que tanta gente comparte de forma altruista su conocimiento.

La cantidad de horas que he pasado dibujando ha sido ingente. Me resulta muy terapéutico dejar la mente en blanco porque, mientras dibujo con música de fondo, soy capaz de no pensar en nada. Toda mi atención está en el papel y el lápiz. Esta es la gran diferencia entre escribir y dibujar. Ambas cosas me ayudan a encontrar paz, solo que por sendas distintas. Dibujando tantas horas, además, he aprendido cosas aparte de, claro está, técnica y trucos para obtener resultados cada vez mejores. Me gustaría compartir algunos de estos aprendizajes, por devolver un poco de lo que recibo de Internet.

Paciencia. Sin duda, el más importante de los aprendizajes. Aunque tengo bastante paciencia de forma natural para muchas cosas, el dibujo me ha ayudado a calmar esa impaciencia que reconozco sentir a veces cuando hago las cosas y espero resultados pronto. Para empezar, no puedo completar los dibujos que hago de una sentada, ni cuando me quedo hasta las tantas de la madrugada sin cenar porque he perdido la noción del tiempo. Esto ha hecho que me tome con filosofía la actividad, que vuelva a ratos cuando tengo tiempo y ver el resultado poco a poco.

Imperfeccionismo. Me considero una persona perfeccionista. Cuando hago algo, espero siempre resultados excelentes y no dudo en rematar una y otra vez lo que estoy haciendo hasta sentirme satisfecho. Lo que me ha pasado desde que empecé el cuaderno de dibujo es que sé que no tengo, en algunas ocasiones, la capacidad de obtener el resultado que me gustaría. He aprendido a adoptar la filosofía del «suficientemente bueno», ayudado también por el hambre de hacer otros dibujos que me rondan la cabeza (la lista solo crece). De esta forma, cuando considero que un dibujo es lo suficientemente bueno, lo firmo y paso la página. Creo que es algo muy útil para aplicar en muchos otros ámbitos de la vida tanto personal como profesional.

Superación. Una de las cosas que me he sentido impelido a hacer es buscar mi incomodidad. Por supuesto que soy capaz de prever si un dibujo me va a resultar fácil o sencillo antes de empezarlo. He intentado que cada nuevo dibujo que me proponía contase con algún elemento con el que no me sintiera cómodo o que creyera que no iba a ser capaz de hacer. El resultado ha sido muy satisfactorio en la amplia mayoría de los casos — cuento con un par de dibujos fallidos que he abandonado por el momento —. Me he sorprendido a mí mismo, no solo siendo capaz de hacerlo, sino de hacerlo bastante bien. Esa sensación de mejora y superación de uno mismo es, sin duda, de las mejores que existen. He aprendido a fijarme metas realistas, pero lo suficientemente elevadas como para obligarme a esforzarme y mejorar para conseguirlas.

Importancia del detalle. Solía dibujar con trazos bastante firmes, sin detenerme en exceso en los detalles ni en sutilezas. Esta vez, al fijarme metas más complicadas, he debido detenerme mucho tiempo en pequeños detalles, algunos casi imperceptibles, pero que, sin duda, suman al conjunto final. Cada trazo es importante, y la sutileza con la que algunos, aparentemente intrascendentes, aumentan la calidad del resultado es algo que me sigue sorprendiendo. Me he hallado a veces sujetando el lápiz y tomándome mi tiempo para realizar un simple trazo, o aplicar una pequeña sombra que podría haberme ahorrado en otra época.

Amor vacui. Con este pequeño chiste semántico quiero decir que he aprendido algo de mí que, si bien ya sabía de forma más intuitiva, me ha quedado totalmente constatado: me gusta empezar cosas. Siento todo lo contrario al pavor o el desasosiego al ver un folio en blanco. Me entra un cosquilleo en la parte baja del vientre de pura emoción por ver qué nueva creación voy a iniciar. Empezar cosas es tan gratificante como terminarlas.

Fascinación por el cuerpo femenino. Si hay algo recurrente en mis dibujos, eso son los personajes femeninos. A través del impulso por querer dibujarlo, me he dado cuenta de lo que me maravilla el cuerpo femenino. Más allá de la obvia atracción sexual que siento por las mujeres como hombre heterosexual sano, está el sentimiento de adoración. Me ha encantado dibujar todo tipo de cuerpos. Algunos bastante explosivos y sexis, otros más delgados y sin curvas, más estilizados, más delicados… He disfrutado deteniéndome en los detalles de cada uno de ellos, lo cual me ha revelado que el cuerpo femenino me parece digno de mi admiración en todas sus formas.

Si sigo dándole vueltas, puedo llegar a sacar más cosas, pero creo que así está «suficientemente bien».

P. S. Aunque creo que no es el medio adecuado, obviamente no voy a despedir esta entrada sin compartir, al menos, uno de mis dibujos.

Quizá no el mejor dibujo, pero sí mi favorito
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